Alcobendas y San Sebastián de los Reyes convierten el Día Mundial del Medio Ambiente en un relato común de plantas, ciencia y comunidad
Una ráfaga de aire limpio recorre los dos municipios hermanos al norte de Madrid. Desde la tarde templada del 4 de junio, cuando cientos de vecinos de San Sebastián de los Reyes formaron cola ante El Caserón para llevarse a casa una de las 2 000 plantas—rosales, laureles y aromáticas—regaladas por la asociación ACOM, hasta la mañana festiva del sábado 7 en el Parque Castilla-La Mancha de Alcobendas, el verde ha sido protagonista absoluto. Ni el hormigón ni la prisa lograron acallar la vocación colectiva de «plantar futuro» que ambos ayuntamientos repitieron como mantra.
«Llevarte una maceta a casa es algo pequeño, sí, pero encierra un compromiso gigante con tu entorno», sonríe María Torres, voluntaria de ACOM, mientras coloca en los brazos de una vecina un rosal recién regado. La escena se repite sin descanso durante hora y media: familias con niños, jubilados que recuerdan la huerta de su infancia, adolescentes que suben la foto a Instagram con el hashtag #SanseVerde.
Alcobendas: ciencia, juego y un micro-bosque en construcción
Tres días después, la fiesta se traslada—o quizá se expande—al Parque Castilla-La Mancha. Allí, bajo un cielo de junio sin nubes, 700 petunias y 800 plantones de árboles jóvenes cambian de manos al ritmo de una batucada improvisada. A pocos metros, niños fabrican comederos para aves con cartones de leche, pintan bolsas reutilizables y baten arroz dentro de botellas para descubrir cómo suena el reciclaje. En un círculo de sombra, Félix Carballera, autor de El bosque urbano en Alcobendas, desgrana la diferencia entre plantar y renaturalizar: «Sembrar sin educar es como regar sobre piedra seca».
No muy lejos, la unidad canina de la Policía Local muestra cómo un drone ayuda a cartografiar los nidos de cotorras, y la exhibición de aves de cetrería atrae a los curiosos. La sorpresa final es el pequeño taller sobre el método Miyawaki: veinticinco niños aprenden a diseñar un micro-bosque que, en apenas tres años, será denso y autosuficiente. «Aquí germina el bosque del futuro», anota en su cuaderno Aitana, de once años, mientras siembra una bellota.
Cuando la ciencia se sube al escenario
La apuesta alcobendense no termina en el césped. En el MUNCYT, el aula Ángeles Alvariño cuelga el cartel de completo tanto el sábado 7 como el domingo 8. El investigador David Almazán Cruzado abre fuego explicando cómo la fotocatálisis puede descomponer contaminantes urbanos «con la ayuda de la luz y un poco de imaginación química». Al día siguiente, el doctor Juan M. Coronado conecta inteligencia artificial y energías renovables para encontrar materiales que respiren mejor que el hormigón. Los aplausos responden a una certeza: el medio ambiente no se defiende solo con buenas intenciones, sino también con datos y laboratorios.
Y, como telón de fondo, las primeras retroexcavadoras trabajan en silencio en el antiguo vertedero de Fuente Lucha, donde el Ayuntamiento levanta un parque forestal de 180 000 m² con 2 936 árboles y 86 534 arbustos. Desde la loma se adivina el futuro pulmón verde que unirá huertos urbanos, miradores y senderos inclusivos.
Sanse: la naturaleza como juego en familia
Mientras tanto, el domingo 8 de junio, las familias de San Sebastián de los Reyes toman la Dehesa Boyal. La senda ecológica se convierte en una yincana en la que los niños deben identificar plantas invasoras y descubrir por qué una semilla foránea puede resultar tan peligrosa. Al final del recorrido, todos hunden sus manos en la tierra para plantar bellotas. «Que ensucien las uñas es la mejor clase de biología», celebra Carmen Belinchón, educadora ambiental del centro.
En la zona de talleres, botes de conserva y telas desechadas se transforman en objetos útiles bajo el lema de la economía circular. Quien levanta la mirada encuentra, en la agenda del centro, un tentador guiño al cielo: el 13 de junio se impartirá un monográfico de astronomía para adultos, recordando que la protección del planeta también empieza entendiendo su lugar en el universo.
Dos voces políticas, un mismo latido
Lucía Fernández, alcaldesa de Sanse, resume la filosofía compartida: «No se trata de plantar por plantar, sino de sembrar comunidad». En la mesa de al lado, el concejal alcobendense de Medio Ambiente, Jesús Montero, asiente: «Cuando un vecino cuida una maceta, ya está cuidando su calle». Las frases suenan preparadas, pero el entusiasmo que las acompaña parece genuino.
Cruce de fronteras verdes
Durante el fin de semana, no es raro ver a vecinos de Sanse curioseando en los talleres alcobendenses o a familias de Alcobendas recorriendo la ruta de especies invasoras de la Dehesa. «Nos hemos pasado el sábado allí y el domingo aquí; es como si no existiera la M-607», bromea Julián, vecino de Valdelasfuentes con hijos escolarizados en Sanse.
Esa permeabilidad se inspira también en las cifras: Alcobendas ha plantado más de 3 000 árboles en calles y parques en los dos últimos años, mientras Sanse mantiene, desde hace dos décadas, el reparto anual de plantas que muchos ya guardan como tradición familiar.
Un relato que crece con las personas
La metáfora más poderosa la regala una niña de cinco años: «Mi árbol es mi amigo», dice abrazando el plantón que le acaban de dar. Su padre, ingeniero, corrige sonriente: «Bueno, tu aliado». La confusión semántica importa poco; lo esencial es la alianza. Porque cuando las personas se convierten en aliadas del verde, el territorio entero se vuelve más habitable.
Epílogo sin ‘fin’
El Día Mundial del Medio Ambiente ha terminado, pero las macetas siguen respirando en balcones, los plantones enraízan y los drones continúan cartografiando la vegetación urbana. Alcobendas y San Sebastián de los Reyes han demostrado que la frontera municipal se desdibuja cuando el objetivo es común: dejar un aire más limpio y un suelo más fértil a quienes vengan después.
Y mientras la última luz del domingo se apaga sobre la Dehesa Boyal, un murmullo se extiende entre los pinos: «Nos vemos el año que viene… si no antes». La promesa queda flotando —como semilla al viento— dispuesta a germinar en el próximo gesto cotidiano.
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