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El concejal que hizo frente a los abusones

Mariano Cañas, portavoz de Más Madrid en Alcobendas, habla de sindicalismo, política y utopía con la honestidad de quien ha vivido para servir y no para servirse

Por Mario Espejo y Shama Tajdine


En un rincón tranquilo del norte de Madrid, donde el asfalto se mezcla aún con los ecos del monte y los atardeceres no entienden de partidos ni legislaturas, Mariano Cañas recuerda su infancia como si hablase de otra era. Y lo es. “Jugábamos en descampados, sin móviles ni adultos vigilantes”, dice, con una voz que no ha perdido el eco callejero de aquellos días. Fue entonces, mientras la pelota botaba entre los cardos y algún niño más grande imponía su ley con empujones, cuando aprendió una de sus primeras lecciones de vida: que los abusones existen, y que mirar hacia otro lado no los detiene.

“Puedes salir lastimado, sí, pero si no les haces frente, les das permiso para seguir”, reflexiona hoy, convertido en la cara visible de Más Madrid en Alcobendas. Esa actitud, a medio camino entre la ética de barrio y la resistencia sindical, ha marcado su vida como una línea recta que une la niñez con el cargo público sin fisuras aparentes.

“La unión hace la fuerza”

No hay impostura en su relato. Quien escucha a Mariano Cañas no oye al político que se sabe en campaña, sino al funcionario que fue, al sindicalista que aún es, al padre que priorizó su familia antes de entrar en política. “Esperé a que mis hijos crecieran. Sabía lo que implicaba esta vida. Aun así, quien más lo sufre es mi pareja”, confiesa sin dramatismos.

La suya no es una carrera hecha a codazos. Es más bien el trayecto de alguien que fue empujado por la necesidad de justicia. “Nunca soporté a los que se aprovechan de los demás”, dice, como si la frase estuviera escrita en la base de su columna vertebral. El paso por el sindicalismo —una trinchera más que un despacho— le enseñó lo esencial: que ni las diferencias ideológicas ni los egos deben pesar más que la causa común, y que no hay muralla que resista cuando los de abajo se organizan.

En su relato, las cicatrices más profundas no son personales, sino colectivas. Como en aquella crisis de 2008, cuando las leyes parecieron doblarse a conveniencia del poder económico. “Descubrí que el abusón no tiene límites. Y que, si no lo paras, reescribe las normas.”

Carabanchel, Fundación y el mar

Sus héroes no llevan capa. Llevan fiambreras, como Josefina Samper, la mujer que durante años llevó comida a su marido encarcelado, Marcelino Camacho, mientras sacaba adelante a su familia. “Ella es de las invisibles. Las que construyen sin pedir nada.” No es raro que los recuerde como sus referentes vitales. No hay en él deslumbramiento por los líderes carismáticos, sino un respeto callado hacia quienes lucharon sin buscar focos ni fortuna.

Tal vez por eso, su test rápido, ese clásico tan de revista dominical, habla más de su alma que de sus gustos. ¿Un lugar por visitar? Egipto. ¿Un libro? La trilogía de la Fundación de Asimov. ¿Un rincón para relajarse? “Paseando por la noche con el ruido del mar de fondo”. Y entre las tres palabras que usaría para definirse, escoge estas: trabajador, insistente y de fiar. En ese orden.

“Siembra y ya vendrá la cosecha”

Su anécdota favorita no tiene que ver con un pleno ni con una propuesta aprobada. Tiene que ver con el azar y la memoria. Durante unas elecciones, un policía nacional lo reconoció en la puerta del colegio electoral. “¿Tú ayudaste a mi mujer hace años, sin conocerla, verdad? Pues vamos a votarte toda la familia.” Mariano se quedó sin palabras. “Eso demuestra que cuando siembras, aunque no lo veas, algo florece.”

En el monte de Valdelatas encuentra un refugio, pero su mirada está siempre puesta en lo colectivo. “Mi utopía es simple: que Alcobendas sea un lugar donde vivir no signifique renunciar a vivir. Donde no haya que hipotecar media vida para tener un techo y donde el trabajo no se coma el tiempo con los tuyos.”

A veces escribe, o sueña con hacerlo. “Quiero escribir un libro de viajes por los rincones de España.” Quizás porque sabe que los lugares, como las personas, se entienden mejor cuando se caminan sin prisa.

Un político de carne y hueso

Hay una honestidad sin florituras en todo lo que dice. Como cuando habla de su paso por la administración pública. “Hay mucha leyenda negra sobre los funcionarios. Pero lo que vi es que, sin ellos, este país no funciona. No hay malos funcionarios, hay malos políticos.”

Y eso le lleva de nuevo a la política. A su versión más cruda, más pegada a la calle, más humana. “Todo es político. El precio de la compra. La calidad de los colegios. El hospital que te toca. Por eso es tan difícil desconectar del todo.” Aun así, lo intenta: alguna serie por la noche, lectura ligera, cenas con amigos.

¿Y qué le diría a su yo de hace veinte años? “Cuida a los tuyos. Y disfruta.” Lo dice con una media sonrisa, como quien ya aprendió que la mayor victoria es no traicionar a los que te miran de cerca.

Cuando se le pregunta cómo quiere ser recordado, no duda: “Como alguien que se preocupó por los problemas reales de los vecinos, que los escuchó y les dio voz.” Y entonces, sin decirlo, lo dice todo.

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